¡Qué miedo! ¡Honduras! PARTE 1
>> martes, septiembre 05, 2006
Lo desconocido siempre da un poco de miedo. ¿Nunca has preferido quedarte como estas a hacer algo nuevo, distinto y… desconocido?¡Que miedo! Esto me puede salir mal… mejor me quedo como estoy. En mi casa, sin hacer nada.
Estas, y muchas cosas NO he experimentado en Honduras. He comparado con España, y pararme a pensar ¿dónde me hubiese gustado nacer?
¡Que miedo! Mejor no tengo hijos… estoy muy cómodo en mi sofá.
¡Que miedo! Mejor actuó con prepotencia, así me da seguridad mi posición poniéndome por encima de los demás.
¡Qué miedo! Mejor no me comprometo a hacer cosas, porque después me hacen daño y no reconocen mi esfuerzo. ¡Que miedo! Mejor critico a los demás más que ellos me critican a mí, así el que más critica gana.
Llegué a las tantas de la noche al aeropuerto de San Pedro Sula. Desconocía si se acordarían de mí, pues no había hablado con nadie desde que partí hacia México dos semanas antes, por motivos de trabajo.
Siempre que vuelo, llego sólo a los aeropuertos. Sé que nadie espera que llegue. Llevo años viajando en avión, sobre todo desde que fui a trabajar a Alemania. Cada vez que mi avión aterrizaba en el aeropuerto de Nüremberg, debía atravesar un gran muro de familiares y amigos esperando a sus personas queridas. Yo siempre atravieso con una sonrisa ese muro, y me dirijo solo al autobús, para admirar el hermoso país desde la ventana de éste y pensar todos los planes de futuro que podré realizar. Al llegar a casa, en la que vivía sólo, rezaba un rosario y dormía.
Ahora vivo en Madrid, y si cabe, viajo más. La diferencia es que cuando me dirijo al aeropuerto voy sólo, y a mis compañeros de trabajo les acompaña sus parejas e hijos. Y cuando vuelvo de los viajes, los mismos esperan a su gente querida. Mientras vuelvo a pasar el gran muro, sólo, pero sonriendo.
¿Porqué os cuento esto? ¿es triste? Pues imaginaos lo que me pasó al llegar a Honduras. Era de noche, tremendamente lluvioso y de poca iluminación. Después de varios controles y ver mis que mis maletas están intactas, me dispongo a atravesar el gran muro…
Y allí estaba Erlin con un cartel verde y manuscrito: “Bienvenido, misionero Sergio”. Mira tú qué tontería: un persona con su hija al lado me hace sentir el hombre más feliz del mundo. Él no sabe que nunca nadie me ha recibido, pero yo, feliz de esa situación, sonrío ampliamente y grito “¡Ese soy yoooo!” y le doy un fuerte abrazo.
¿DÓNDE ESTOY?
En el aeropuerto todo el mundo se cree que soy inglés, porque me ven como un chico muy alto (en América suelen ser “chaparritos”), de ojos claros (aquí son totalmente oscuros… y me resultan preciosos), blanquito (cuando son morenitos) y de pelo largo y algo claro (aquí todos los hombres lo llevan muy corto y oscuro).
Me monto en el carro de Erlin, que es una pick-up. Es como una pequeña camioneta: Las lunas son tintadas, sólo tiene la cabina delantera con asientos, pues la parte de atrás es para cargar objetos y se denomina “paila”. En la paila coloco mis maletas y la guitarra. Entonces, nos dirigimos a Sandoval, donde se encuentran de misión.
Durante el trayecto, Erlin me cuenta que es delegado de la palabra… ¡¿Qué es eso?! En Honduras no existen apenas sacerdotes. Son los laicos los que sostienen la iglesia. Como el sacerdote no puede llegar a todos lados, se nombran delegados de la palabra: personas formadas que realizan Celebraciones de la Palabra, pudiendo ser personas casadas, con estabilidad, mayores… . Una celebración de la palabra es como una misa, pero sin eucaristía. Erlin es una persona que habla con humildad y amor, dispuesto a hacer lo que le digan y lo hace con el corazón. Está muy orgulloso de ser católico. A la vez que él habla, su hija comenta que va a catequesis. Casi no puedo seguir ninguna de las dos conversaciones, y más cuando usan muchas palabras que no entendía por entonces.